Carta de un Oaxaqueño que extraña las fiestas del Lunes del Cerro.
Descripción de la publicación.
ARTE Y CULTURA
Anónimo.
Desde siempre he vivido en Oaxaca; nací aquí en el barrio de Xochimilco, viví en los arquitos, en la calle de Crespo y después en el Fortín, soy de esta tierra tanto como el ombligo de mis abuelos que quedó enterrado en la vecindad donde ahora es la calle de Joaquín Amaro.
Decidí escribir esta carta porque, como oriundo del valle y de la Ciudad de Oaxaca, me duele ver cómo la fiesta original del cerro se fue perdiendo, dejando de ser la máxima fiesta de los oaxaqueños, “el Lunes del Cerro y Su Octava” para convertirse en un espectáculo de bailables y obras de teatro presentado para el turismo: “la Guelaguetza”.
Eso sí, siempre ha llegado turismo durante las fiestas de julio, pero antes veías a los gringos andando en grupos, comiéndose su clayuda o su empanada con la gente en los puestos, convivían dentro de la fiesta, pero ahora la fiesta se hace para ellos. Antes la entrada al Auditorio era gratuita, solo con formarte tempranito entrabas, ahora los boletos se venden como pasa con cualquier concierto. Hoy en día, ya no es el Lunes del Cerro, ahora lo llaman sólo Guelaguetzal, y tienen mucha razón de nombrarla así, porque ya sólo es un espectáculo. Es igual que ir a ver una obra de teatro o un concierto.
Antes podías caminar con la familia en el Fortín, ahora si tratas de subir al cerro sin boletos está la cerca de policías que no te dejan avanzar. Las señoras de los puestos de empanadas y antojitos en las escaleras comentan que ya no venden como antes, porque la gente ya no sube, solo pasan por ahí los que caminan para entrar al Auditorio, pero ya casi todos llegan y se van en sus automóviles.
Ya no existen los paseos, ni los momentos que se pasaban en familia, hoy ya no queda nada de lo que fue la fiesta del Fortín. En el centro, desde inicios del mes de julio, ya no se puede ni caminar; las calles se inundan de extraños para ver los convites que ahora se hacen más por turismo que por costumbre, hasta dos veces cada fin de semana.
Hay ferias de todo y por todas partes. Hacen la Feria del Mezcal para que las personas conozcan la bebida, pero tristemente solo es un pretexto para tomar de manera descontrolada. Si pasas por ahí en las noches puedes ver a la gente, en su mayoría jóvenes, embriagados con las pruebitas de una bebida que no saben ni respetar, los ves salir mareados a hacer tontería y media en las calles.
Los oficiales de la policía vial son los más felices, porque, aunque rara vez detienen al conductor alcoholizado, si se llevan dinero a base de "mordidas", y más recientemente, de los autos que retiran con grúa; en julio lo hacen como si fuera un deporte.
Los grupos de Delegaciones participantes pelean y se agreden entre ellos, eligen a las delegaciones que más bonito bailan, a las que tienen compromiso político, aunque no estén ni cerca de los bailes originarios que presentan. Tristemente ya no hay hermandad, no hay cooperación, no existe el significado de Guelaguetza. Ahora todos los chamacos quieren bailar en el cerro, y muchos de los que suben ni siquiera son de su lugar de origen.
Antes, la gente del centro participaba en las fiestas, ahora las casas del centro son propiedad de extranjeros que piensan que por beber mezcal y revender artesanías son oaxaqueños, aunque realmente lucran con la cultura de mi tierra.
Yo les comparto mi opinión, porque aún crecí con la emoción de subir el domingo antes del Lunes del Cerro a ver las carreras de ciclismo con toda la familia. Porque pude vivir las fiestas del Carmen, la procesión, bajar con los chamacos a comprarnos un elote en los puestos e ir a misa el día 16 de la festividad.
Cuando era el Lunes del Cerro podías ver a los paisanos subir las escaleras del fortín a las tres de la mañana para colocar sus puestos con todo lo que se vendía, desde empanadas y menudo, hasta cuajilotes, pan serrano, tejate y aguas frescas. Marino, el sastre de Xochimilco, tenía encargos que le hacían desde antes de Semana Santa para que su ropa estuviera lista para estrenar el día de la fiesta del cerro.
La gente de toda la ciudad y lugares cercanos traían sus mejores trajes y los estrenos para subir a pasear al Fortín, a cortar azucenas, a caminar con la familia y a ver los bailes que venían de las entonces Siete Regiones. Se ponían tarimas y se usaban tablas como gradas y la gente se subía a los árboles para poder ver desde lo alto la rotonda de madera; se tocaban chilenas, sones y jarabes, y la canción del Nito como canción de la ciudad junto con el Jarabe del Valle, aunque ahora ya casi nadie la recuerda.
Venía gente de otros estados con sus cámaras de fotos, de las más modernas de ese entonces, a tomar la instantánea de las personas que caminaban en las escaleras del Fortín.
Yo vi dinamitar el cerro para hacer el Auditorio Guelaguetza, para que hubiera un espacio más grande y así pudieran bailar las gentes que venían a la fiesta. Cuando se terminó, y por varios años el auditorio se mantenía abierto durante la Guelaguetza, y podías entrar ver los bailes o salir a tomarte un agua de horchata, porque la asoleada adentro de las gradas era tremenda.
A mí me tocó ver como subía la madrina Casilda con su hija Chata, y al otro lunes Doña Geno con las mujeres de cada mercado, pero eran todas iguales como canasteras de los mercados de la ciudad, no como ahora, que cada grupo de chinas ya es propiedad privada de cada una.
Antes, todos los pueblos traían sus bandas y bailes originales, porque se bailaba como en las fiestas de sus regiones, como en las verdaderas calendas; ahorita ya todos son sólo coreografías, con filas, líneas y figuras, aunque se ve más ordenado, no se compara con los bailes de antes que se hacían de corazón y se disfrutaban de verdad.
Hasta los desfiles de delegaciones se hacen para impresionar turistas, ves a los bailarines exagerando sus danzas, ahora en las calendas vi hasta un farol de avión y otro de chapulines, cuando que antes los faroles eran religiosos y se ocupaban sólo para alumbrar porque no había electricidad.
Todos en la ciudad se preparaban para esas fechas, porque eran los días de fiesta; pero esos tiempos se acabaron, en este mes de julio puedes ver exposiciones, talleres, ferias y todo mundo habla de la Guelaguetza, pero siempre me pregunto ¿qué pasó con la fiestas de los Lunes del Cerro? La verdadera fiesta del pueblo, la de los relatos de los abuelos, que ya no existe y a este paso, en unos años ya nadie recordará.
¿Dejaremos que se pierda en la memoria el sentido de hermandad de las fiestas de julio?